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Entre la espada y la pared

Mishelle Mitchell [email protected] | Jueves 01 noviembre, 2018


Huir de las balas y la pobreza, enfrentar la muerte, o tratar de esquivarla en una azarosa ruta hacia el norte, es la cruel decisión a la que se enfrentan miles de migrantes centroamericanos que deciden abandonar su casa —en muchas ocasiones un humilde rancho— en busca de nuevas oportunidades.

Cerca de 7 mil personas —aproximadamente un tercio son niños y niñas— viven esa trágica realidad, marcada por la incertidumbre, al constituir una nueva caravana de migrantes que intenta llegar a Estados Unidos. El fenómeno de las caravanas, constituidas por grupos de familias, se repite ante la persistente inseguridad y pobreza.

Vivir con dignidad, seguridad, paz y esperanza es difícil en el Triángulo Norte, uno de los contextos más violentos del planeta. En esta parte del mundo, la tasa de homicidios —aunque va en declive— en 2017 alcanzó 60 por cada 100 mil habitantes en El Salvador y 44 por cada 100 mil en Honduras, donde cada 22 horas un joven varón muere víctima de un homicidio. El control territorial de las pandillas o maras es la expresión de una cultura de violencia propiciada por años de guerra civil, que mantiene como rehenes a centenares de miles de familias, y particularmente, a miles de niños, niñas y adolescentes.

En el Triángulo Norte, la tasa de embarazo adolescente es superior a la media mundial. En esta franja, 66,5 de cada 1.000 embarazos corresponde a madres entre los 15 y 19 años y a nivel global, la tasa varía a 46 nacimientos de cada 1.000.

El acceso a la educación y a sus oportunidades es limitado. La cobertura de la escuela primaria asciende a un 90% en la subregión y cae abruptamente al 60% en secundaria. Pero la expulsión de niños, niñas y jóvenes agrava el panorama, cuando el promedio regional de deserción alcanza un 10%, de acuerdo con el informe Estado de la Región.

Frente a las causas raíz de la pobreza e inseguridad, no son de extrañar estos grupos migratorios, que, partiendo de San Pedro Sula, Honduras, y ayer desde San Salvador, huyen de condiciones tan adversas. Criminalizarlas, y hacerlas retornar sin crear las condiciones mínimas para su reinserción es revictimizarlas, exponiéndolas a las balas criminales y supeditándolas al hambre, a la falta de una vivienda y al desamparo económico.

Y si bien el desplazamiento forzado por la violencia y la falta de oportunidades supone una sobrecarga en los servicios de los países anfitriones, lo cierto del caso es que quien migra no lo hace por gusto, sino que, en la mayoría de las ocasiones, ansía encontrar una fuente para vivir con dignidad.

Las entrevistas a miembros del contingente de migrantes hondureños rumbo a Norteamérica indican que los principales motivadores de este grupo son la reunificación con familiares radicados en EE.UU., la expectativa de oportunidades laborales, y escapar del reclutamiento forzado de maras, pandillas y otros grupos de crimen organizado.

Por ello, es fundamental articular una respuesta institucional preventiva que proteja a los niños y las niñas, proveyendo oportunidades de salud, educación, recreación y seguridad en sus países de origen. Además, urgen la activación y coordinación subregional de los Sistemas Nacionales de Protección de la niñez, el compromiso de la sociedad civil, iglesias, empresas y otros sectores de brindar ayuda humanitaria a los migrantes en tránsito.

La respuesta no corresponde solo a Estados, también requiere el concurso de la sociedad civil. Brindar soluciones sostenibles en un marco de equidad, seguridad, justicia y bienestar es tarea de todos. Desde World Vision nuestro llamado es Necesitamos a todo el Mundo. Lo invitamos a contactar a su oficina nacional más cercana para hacer la diferencia. 



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