¡A las Tucas…!
Vladimir de la Cruz [email protected] | Miércoles 26 octubre, 2022
Los que crecimos en el San José de los años 50s, 60s y 70s, del siglo pasado, hace sus añitos, vivimos en una ciudad que incorporaba grandes actividades industriales. Quizá el crecimiento, aunque lento de la ciudad, iba envolviendo esas actividades, de modo que quedaban encapsuladas entre casas de habitación y todavía cafetales.
Mi infancia escolar transcurrió al sur de la Escuela pública, más conocida como la Ricardo Jiménez, donde yo hice toda mi primaria, que en su sección de varones, en esa época estudiábamos separados de las niñas, se llamaba Escuela Claudio González Rucavado. Teníamos una maestra única de primero a sexto. La mía fue la Niña, así les decíamos a las maestras, Julieta de Vargas.
Yo vivía exactamente 100 metros al sur de la entrada de esa Escuela. Al puro frente había una pulpería de la época, que tenía un carretón, a modo de un monumento, estacionado permanentemente, que nos permitía jugar en él, con un manteado encima, que servía para “hacer” una “cueva” o un “escondite”.
Mi casa era la última de esa calle ciega. Si uno abría la ventana del cuarto lo que veía eran cafetales, lo que hoy es Barrio La Cruz. A la par de mi casa seguía la de mi abuelita Ofelia, y contiguo a la de ella estaba la Familia Beckles, en ese final de calle.
Era una época en que siendo escolar uno podía “pasear” por el barrio, recorrerlo, hasta jugar en los cafetales, sin “grandes” peligros, aunque siempre nos advertían de que “teníamos que cuidarnos”.
Cerquita de allí, unos 300 metros al este de donde terminaba la Escuela estaba el Rastro o Matadero de la Ciudad. Entre el Rastro y mi casa ya estaba el Estadio Escarré de Beisbol, en el límite oeste del Barrio San Cayetano colindando con los cafetales de lo que llegó a ser Barrio La Cruz.
Por la parte noreste de la Escuela se extendía hasta los límites del Liceo de Costa Rica, un gran aserradero, que recuerdo que se llamaba “Lumber Company” o algo así. A los 100 metros al oeste de la Escuela estaban los hornos, los patios y la Estación del Ferrocarril Eléctrico al Pacífico, en la misma propiedad que hoy están. Hacia el Oeste estaba otro aserradero, el Pacific Lumber Company, que seguramente era de la misma empresa. Y más cercano, hacia el Liceo del Sur, estaba el Aserradero Vargas.
Al sur de esos predios de la Estación al Pacífico estaba la Clínica Maternidad Carit, donde yo nací en 1946, un parto muy difícil de mi madre, pero asistido por las manos maravillosas del Dr. Jorge Vega Rodríguez, primo hermano de mi abuelita Ofelia, aquí estoy escribiendo. Cien metros en diagonal a esa Clínica quedaba una cantina, “La última copa”, lo que me permitía a mí “rajar” y “fachentear” de que yo había nacido en “la última copa”. Hacia el sur oeste de la Carit estaban todavía los “lavaderos” de la ciudad, donde mujeres hacían su trabajo de limpiar ropa en forma pública, con tablas, bateas especiales o pilas colectivas donde colocaban la ropa para frotarlas allí, y con jabón y agua limpiarlas, y luego secarlas a la orilla. Había un pequeño río o arroyo que también facilitaba el agua, junto con la de cañería que también les llegaba.
Al Rastro era un recorrido obligado. Todas las mañanas había destace de ganado. Sábados o domingos, cuando no había escuela, uno iba a ver, porque era bastante público el destace, y la gente en general podía estar allí entre el montón de reses que estaban destazando. Lo que me impactaba era ver la fila de hombres con su vasito haciendo fila a la par de la res que iban a destazar, lo que se hacía cortándole la yugular, para ponerle el vasito al borbotón, al chorrito o chorro de sangre que salía, se la tomaban y se colocaban de nuevo al final de la fila para repetir su bebida de sangre, hasta donde alcanzara o hasta que quedaran satisfechos de su bebida.
A la par del Rastro estaban los encierros del ganado de donde pasaban las reses a su destace.
Lo que más impactaba e impresionaba era el destace de cerdos. Estos animales sí tenían conciencia de lo que les iba a ocurrir. Las reses parecía que no tenían idea alguna de lo que les sucedería, no ofrecían ninguna resistencia ni queja alguna, ni bramían ni mujían. Los cerdos al contrario sí se oponían, daban resistencia, tenían clara conciencia de que los iban a matar. Sus bramidos, sus gemidos, desgarraban todo el escenario, se imponían frente a todo el auditorio, se resistían a su destino, gruñidos y resoplos se sentían ante los observadores, como yo. No recuerdo haber visto hombres haciendo fila para beber la sangre de los cerdos.
Cien metros más al norte, por la otra avenida, estaba el antiguo Teatro Mendoza, gigantesco salón que se usaba para actividades múltiples. Desde 1930 funcionaba. Hay fotos de actividades políticas del recién fundado Partido Comunista, en 1931, que se hicieron allí. Era para espectáculos deportivos y de boxeo. Allí entrenaban para el boxeo. Había ring para la práctica y los sacos y “poching ball”, para practicar la agilidad de los brazos. Adolescente practiqué algo de eso. También había una especie de bar, cantina o café que lo atendió, durante un breve tiempo mi abuelo materno, Jacobo de Lemos.
Rompía la rutina de este entorno cuando se oían los gritos de los colegiales del Liceo de Costa Rica, “!A las tucas…!”, “!En las tucas…!”, lo que significaba que iba a ocurrir un pleito a golpes, un pleito a resolver boxeando, entre dos estudiantes. Detrás de ellos marchaban las “turbas” de mirones, iban generalmente con un padrino cada uno, a modo de árbitros y de garantes del pleito, en el cual solo se podían usar los puños, nada de patadas, ni tirarse aserrín si lo había cerca del lugar del pleito. A veces los contendientes se quitaban la camisa del uniforme. Se daban de puñetazos. Había ganador y perdedor, y luego entraban los padrinos, que revisados los golpes y moretones, cuando los había, imponían terminar el pleito con un apretón de manos… y al día siguiente como si nada hubiera pasado todos de nuevo en el Liceo o en el Colegio. Con los padrinos se ejercía cierta filosofía, ética y respeto por el contendiente.
Los pleitos no eran frecuentes. No había políticas de poner a pelear estudiantes ni de fomentar peleas para aliviar tensiones personales, familiares, hogareñas o económicas de las familias y hogares. Eran el resultado natural de una desavenencia que terminaba resolviéndose de esa forma. En el caso del Liceo de Costa Rica los estudiantes tenían una de las mejores piscinas existentes en la capital, y tenían prácticas deportivas que permitían liberar tensiones. Aun así “las tucas” jugaban su papel terapéutico…
Ir a “las tucas” era ir al aserradero. Allí estaban colocadas la tucas en diferentes posiciones. Y unas sobre otras permitían que se hicieran entre ellas espacios abiertos, a modo de rings de boxeo, que era lo que se usaba para el desenlace del pleito. Las tucas funcionaban como gradería alrededor del hueco donde se enfrentaban los estudiantes. Las tucas eran los troncos de árboles llevados al aserrado para trozarlos, tal como llegaban de los bosques, sin que los hubieran pasado por las sierras. Eran largas, podían tener desde 4 hasta 5 o 6 metros. Servían cuando no había pleito para jugar en ellas.
En este aserradero había además una laguna grande, pensada hoy, podía tener unos 30 metros por 30 metros, llena de tucas. No era un río ni un canal para trasportar tucas como se hace en algunos países hacia los aserraderos. Allí estaba. No sé qué utilidad tenía esa laguna pero estaba llena de tucas, lo que permitía jugar en ellas. Vi montones de jóvenes correr sobre ellas, saltar de una a otra, ví las tucas dar vueltas sobre sí mismas con esos saltos y carreras, y nunca vi caer a un estudiante al agua de esa laguna, ni nunca oí que allí se hubiera ahogado un estudiante o alguna persona. Nunca me dieron ganas de imitar lo que esos muchachos arriesgadamente hacían.
Cuando viví 300 metros al sur de la vieja Dos Pinos, sobre calle 21, al final de la calle, allí donde está hoy la clínica Carlos Durán, donde entonces solo había potreros que se extendían hasta los que hoy es Barrio Córdoba y Quesada Durán, al frente de mi casa había otro aserradero. El hijo del cuidador del Aserradero, que conocíamos como el Indio Leitón, era amigo nuestro del barrio. Con él jugábamos ya adolescentes, colegiales, en el Aserradero que cuidaba su padre. Con él siempre estábamos seguros, porque el Indio Leitón tenía, era su fama, “multada la mano” por los golpes que en peleas callejeras sabía dar. En este aserradero no había ring ni había un colegio que facilitara buscar un ring de boxeo para resolver, muy de vez en cuando, problemas de estudiantes.
Ese era mi entorno josefino en ese final de escuela, en la década de los 50s. y principios de colegio en la década de los 60s.
Hoy a un diputado se le ha ocurrido poner rings de boxeo en los colegios para canalizar iras, furias, frustraciones, problemas personales, familiares o económicos que estresan a los estudiantes, y hasta para liberar las tensiones provocadas por la pandemia, por el encierro forzado de dos años que impuso, que interrumpió espacios de socialización y de relaciones sociales. Ha hecho su planteamiento debido a brotes de violencia en algunos colegios en su retorno a clases y así lo ha canalizado a la Ministra de Educación, que con elegancia diplomática le ha dicho que van a estudiar su propuesta, sin que eso pueda llegar a ser realidad.
Desde el punto de vista del Ministerio de Educación no tiene nada de dinero para poder implementar un plan así, supuestamente, en todos los colegios. No hay entrenadores de boxeo para atender esa situación ni tampoco hay profesores de educación física en capacidad de brindar esa educación boxística.
El diputado que no es del Partido Progreso Social Demócrata, que es el Partido oficial que Gobierna el país, pareciera que ha hecho buen eco del Presidente Rodrigo Chaves, que está dispuesto a comprarse cualquier bronca, entre dos, él y alguien más, o con más personas, casi dispuesto el Presidente a pelear con multitudes, los empleados de la CCSS, por sus salarios, los empleados del ICE por querer deshacer y privatizar el ICE en su totalidad, con los de JAVDEVA por liquidar esa empresa, con los funcionarios universitarios por la discusión del FEES y la Autonomía Universitaria, con los funcionarios de la Corte…en fin, con todos los empleados públicos por el congelamiento real de salarios e ingresos y por el encarecimiento del costo de vida, cuando se mantienen congelados los salarios…
El Presidente está educando a los ciudadanos en que los problemas del país se resuelven a golpes, a huevazos, no tirando huevos, como ya le hicieron a algún diputado, sino a trompadas, de acuerdo con el lenguaje popular y con el lenguaje simbólico del Presidente.
Resolver los problemas comprándose broncas y haciendo las broncas es el camino hacia el autoritarismo institucional y policial militar, es el camino de la fuerza contra el débil, contra el pueblo, contra los sectores sociales y populares. Es el camino de la intimidación, de sembrar el miedo ante la actuación del gobernante autoritario, despótico para que no se le levanten voces disidentes y discordantes o antagónicas con él. Acallar la palabra, el pensamiento, el razonamiento, la crítica con la amenaza, con la intimidación, con “echarle encima” la maquinaria institucional a una empresa o grupo empresarial, o a personas, eso es desarrollar las broncas que el Presidente fabrica para auto comprarlas, e ir creando el ambiente para un gobierno de fuerza, de serle posible con libertades y derechos limitados… aunque todavía queda una Sala Constitucional que vela por la Constitución Política, que el Gobierno y el propio Presidente reconoce que existe y que respeta…pero, ¿hasta cuándo?
Las broncas del Presidente no tienen el escenario de “las tucas”. La broncas del Presidente son las del ring de boxeo que propone el diputado, son las de los huevazos a como resulten…Es empezar ya dando huevazos a quien quiera o a quien estime el Presidente, que deben darle huevazos.
Con el Presidente no hay filosofía, ética, ni respeto por el contendiente que él selecciona para los golpes. Ante el ring oficial y el que propone el diputado, el ring de la calle es el que se va a imponer, el de la movilización ciudadana, como se movilizaron los universitarios, como podrían movilizarse, todos juntos, los trabajadores del Estado, del ICE, de la CCSS y de las Universidades públicas. Hacia eso está conduciendo el Presidente a los ciudadanos. Y los ciudadanos que no tienen nada que perder, porque ya lo están perdiendo casi todo, la calle les da posibilidad de algo qué ganar…
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