Sigamos defendiendo la democracia
Alejandro Madrigal [email protected] | Viernes 06 abril, 2018
Sigamos defendiendo la democracia
Soy parte de ese 60% que quedó satisfecho, alegre y hasta aliviado con el resultado del pasado domingo. De esos quienes vemos esta elección no como la simple victoria de un candidato presidencial, sino más como el hecho que alrededor de 1,3 millones de personas salimos a votar por Costa Rica, por sostener nuestra democracia ante la amenaza del fundamentalismo religioso-radical. De quienes apoyamos a un gobierno que venga a respetar nuestras libertades y garantías propias de un Estado de derecho, en contraposición a un candidato que quiso imponer su ética cristiana particular para juzgar y discriminar a toda persona que no se ajuste. De quienes votamos por alguien que sí se tomó en serio la candidatura, presentando un plan de gobierno sólido y completo y que generó alianzas transparentes y con un programa detrás, en contraposición al candidato que llegó a improvisar, que se tomó la ligereza de lanzar otro plan de gobierno a pocos días de la elección para eludir toda crítica y todo debate (cosa que al final sí se dio) y que llegó a realizar alianzas sin agenda ni congruencia. Ante todo esto, respiramos aliviados.
Lamentablemente el peligro y la amenaza a la democracia no ha cesado. Desde la misma noche del domingo de generó toda una serie de reclamos y denuncias sobre un supuesto fraude. Un pequeño grupo de fanáticos (muy pequeño en comparación con las personas que votaron por Restauración Nacional), incapaz de aceptar la derrota, se ha dedicado a propagar mensajes confusos e incoherentes para sugerir que hubo fraude electoral. Una parte de lo más triste de esto es que las denuncias emitidas se basan en mentiras o en ignorancia. Ya sea porque se grabe un video de papeletas separadas del resto del material electoral (que, en todo caso, al ser excluidos votos del PAC, el fraude estaría cometiéndose en contra del candidato oficialista) o por personas que publiquen porcentajes que no calzan, obviando que cuando se presentan porcentajes, se debe tener claridad sobre cuál es la base, el 100%. La primera es claramente malintencionada, la segunda podría ser alguien que no tiene claridad alguna sobre cómo calcular un porcentaje, o si no, de nuevo mala intención.
Otros salieron cuestionando que la eficiencia del TSE para procesar los datos era evidencia de fraude, como si solo una persona en todo el país hubiera estado contando votos. Si fuera así, todavía estaríamos contando los votos de la elección que ganó la presidenta Chinchilla. Hubo 6.612 juntas receptoras de votos y al menos dos personas por cada junta contaron simultáneamente cada una de esas mesas, lo cual implica que a quienes les correspondió contar más votos, no les tocó más de 600, que era el máximo de electores inscritos en una misma junta. Eso sin contar el abstencionismo (la abstinencia es otra cosa). Contar unos 500 votos en dos horas es sumamente factible, dado que solo eran dos opciones y no había papeleta de diputaciones. Hace cuatro años, el primer corte que dio el TSE, a la misma hora, ya superaba el 80% de juntas, lo cual refleja que el TSE se supera a sí mismo en estos aspectos. ¿Y la transmisión de los datos? Gracias a la inmediatez de Internet. Increíble la mala intención de algunas personas, que tengamos tantos otros que salir a explicar cuestiones tan elementales.
El punto de todo es que estas denuncias sin fundamento permean entre las personas que menos conocen cómo funciona el sistema electoral, lo cual incrementa la desconfianza y con ello, se mina la democracia. Es decir, esos pocos fanáticos le siguen haciendo daño a nuestra democracia. En un contexto en el cual los observadores internacionales más bien salen aplaudiendo nuestro sistema electoral, su solidez y señalando que, en lugar de criticar, a Costa Rica se viene a aprender.
El fanatismo religioso de algunas personas las ha llevado a creer ciegamente en un candidato. Un candidato que sea como sea, logró el apoyo de más de 850 mil personas, pero que no logró llegar a la presidencia no por ningún fraude, sino por los innumerables fallos, errores, “metidas de pata” y críticas que recibió durante los dos meses que transcurrieron entre una y otra ronda. Desde sus claras posturas discriminatorias, pasando por la mordaza que les puso a sus diputados electos y sus candidatos a la vicepresidencia, su irrespeto a la prensa, sus constantes ausencias a debates, su falta de preparación evidenciada en los debates a los que sí fue, o los ataques de su “padre espiritual” a los fieles católicos. Motivos para explicar la derrota de Fabricio Alvarado sobran y todos aportaron en mayor o menor medida.
¿Quién pierde con estas denuncias sin sentido? No es Carlos Alvarado, como presidente electo, ni mucho menos el PAC. Pierde Costa Rica. Perdemos todos, porque desgasta nuestra institucionalidad y nuestros procesos, en lugar de robustecerlos. Pero además estos intentos de manipulación evidencian la forma de operar de ciertos líderes fundamentalistas religiosos y cómo lograron semejante apoyo para Fabricio Alvarado en ambas rondas electorales. Pero, sobre todo, las deficiencias de nuestros sistema educativo. Porque en un electorado lo suficientemente educado, estas denuncias no tendrían eco. Por eso mi llamado final es a no bajar las banderas de la democracia, las banderas de Costa Rica. La amenaza no ha cesado y hoy más que nunca debemos seguir aportando nuestro valioso grano de arena para robustecer nuestro sistema político.
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