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Necesitamos más hijos

Ennio Rodríguez [email protected] | Martes 23 mayo, 2017


Necesitamos más hijos

La tasa de fecundidad mantuvo su tendencia a la baja y cayó a 1,8 hijos en 2015 cuando la tasa de reemplazo es de 2,1 hijos. Tenemos un problema que solo se hará peor ante la inacción. Se está invirtiendo la pirámide poblacional y una población cada vez más vieja demanda más servicios de salud y pensiones, mientras que una fuerza laboral disminuida en términos relativos y envejecida, puede no ser capaz de sostener los sistemas de salud y de pensiones. Cabe anotar que, de no ser por las inmigraciones provenientes de países vecinos, nuestra situación sería peor. Además, sabemos que las decisiones que tomemos hoy solo se sentirán en el largo plazo. Por eso es urgente no postergar la discusión. Por su parte, la tasa mundial de fecundidad era 6,0 en 1979, ha caído a 2,52 y continúa su tendencia decreciente. En un plazo previsible tendremos una tasa de fecundidad también inferior a la tasa de reemplazo a nivel mundial.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, gracias principalmente a los avances en salud y salubridad, tuvimos una explosión demográfica, que muchos argumentaron se convertiría en un lastre para el crecimiento económico. Pero la explosión pronto se revirtió hasta caer en la amenaza opuesta en muchos países. En general, la situación de la mujer ha mejorado en muchos países. Hemos avanzado en la igualación de oportunidades individuales. Pero aún falta mucho por dignificar a las mujeres y facilitar sus opciones, tales como la de ser madres. En especial surge una necesidad global que no se resuelve solo mediante mayores libertades individuales. El descenso en la tasa de fecundidad, ha provocado que muchas sociedades (como la nuestra) no logren alcanzar la tasa de reemplazo, lo cual plantea un problema para toda la sociedad. Pero si queremos más hijos, esto no puede ser a expensas y sacrificio de las mujeres.

El domingo 21 de mayo don Eduardo Lizano y don José Joaquín Chaverri invitaron a un grupo, en el que honrosamente me incluyeron, a un desayuno de reflexión sobre la familia, con el invitado Ignacio Socias. Uno de los temas centrales de la conversación fue el papel de las políticas públicas para revertir la tasa de fecundidad. Para ello vale la pena revisar cuáles países empiezan a lograr dicho cambio y cómo lo han hecho. Pero, desde luego, esto se debe acompañar, en nuestro caso, de una reducción en el número de adolescentes embarazadas. Se trata de promover nacimientos en familias funcionales (unidades afectivas). Para ello debemos promover que haya más familias dispuestas a tener más hijos en condiciones en que los puedan educar para ser ciudadanos responsables.

Francia es un caso interesante. Sus políticas pronatalistas se remontan a 1938. Logró subir la tasa a 2,08 de fecundidad a un alto costo fiscal (una combinación de incentivos pecuniarios). Francia está cerca de alcanzar la tasa de reemplazo. Sin embargo, el alza en la tasa de fecundidad la explican, en gran parte, los inmigrantes (los nacidos en Francia tienen una tasa de fecundidad de 1,7). Francia ha sido modelo para los países escandinavos, Gran Bretaña, Singapur y Corea del Sur, entre otros.

El demógrafo Jan Hoem concluyó que el resultado sobre las tasas de fertilidad depende más de las actitudes sociales positivas hacia la familia que de los incentivos pecuniarios. En todo caso, en los países como el nuestro, con limitaciones fiscales severas, difícilmente se podrá construir un sistema generoso de incentivos como el francés. Pero sí podemos trabajar en la familia como un eje transversal de las políticas públicas, y fortalecer programas como el de redes de cuido, así como facilitar la reinserción al trabajo, si es que este se interrumpe por los hijos, entre otras opciones de políticas públicas. Debemos recuperar el valor de la maternidad y responsabilidad paterna en una sociedad que recompense a quienes decidan tener hijos responsablemente. Debemos tener políticas públicas de apoyo decidido a las madres trabajadoras, pero también promover un cambio en la cultura y entorno familiar para que haya una distribución más equitativa de las tareas del hogar y la crianza de los hijos y evitar así la doble jornada de las mujeres. Esto es necesario para asegurar la viabilidad demográfica y económica de la sociedad costarricense.

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