De la penumbra a la luz
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 04 febrero, 2015

Vayan a ver El Codo del Diablo. Y si no pueden, busquen la película cuando salga a la venta
Hablando Claro
De la penumbra a la luz
Yo supe desde chiquilla que al abuelo de mi papá lo habían matado en el Codo del Diablo. Entendí sin que me lo explicaran que se trataba de algo tan tenebroso y horrendo como peligroso de mencionar. Algo que se movía en la vida familiar como un pecado no expiado, en secreto. Las poquísimas veces que el tema se mencionó, siempre fue volteando a ver a los lados, bajando mucho la voz y enhebrando la menor cantidad de palabras posibles. Y si en ese instante había un desborde de curiosidad, nunca faltó un profundo silencio para aquietar las interrogantes.
Yo solo supe que mi bisabuelo había cometido el delito de ser un calderocomunista y que por eso lo habían matado. Una vez, ya siendo una joven adulta, se me ocurrió que quería ir a conocer el Codo del Diablo. Tal era mi ignorancia que juré que estaba en la zona sur, puesto que era allí donde yo viajaba de pequeña a encontrarme con el maravilloso hombre que fue mi abuelo, el hijo mayor de Lucío Ibarra Aburto.
Nunca despejé los velos de la duda que cubrían la funesta tragedia que había sellado la historia familiar. Así que sin quererlo yo di continuidad al silencio como legado.
Hasta ahora. Hasta ahora que siento no solo alivio sino también, por primera vez, incluso orgullo de ser la bisnieta de un hombre que decidió dejar su natal Nicaragua y migró primero a Guanacaste y luego a Limón a hacer su vida y que haciéndola se aferró a unos ideales políticos que lo convirtieron en aquellos tiempos en un sujeto peligroso. Un calderocomunista.
Dice mi tío abuelo Eduardo, que es el único hijo que le sobrevive, que Lucío era un hombre de recias convicciones que incluso había sido, junto con Tobías Vaglio (otra de las víctimas del impune crimen) muy activo en la famosa huelga bananera del 34.
Para 1948 ya había dejado de trabajar en la United Fruit Company y era poseedor de una parcela en el Bosque de Guácimo, que le habían dado a manera de compensación por los servicios prestados.
De ahí lo sacaron para llevarlo a la cárcel y nunca más volver de aquel fatídico viaje en el que además de Tobías Vaglio, también encontraron la muerte Federico Picado, Álvaro Aguilar, Alberto Sotomayor y Octavio Sáenz.
Lucío Ibarra tenía 51 años cuando fue asesinado. Dice mi tío abuelo que fue un gran impulsor de la Junta de Abastos, la precursora del Consejo Nacional de la Producción.
Yo nunca supe nada. Casi nada. Hasta ahora que los hermanos Ernesto y Antonio Jara tuvieron la empeñosa iniciativa de hacer el excelente docufilme El Codo del Diablo.
La semana pasada fui al cine a abrir la ventana de un pasado tan difuso de mi historia familiar.
Ahora estoy más que agradecida con los Jara, porque me han abierto los ojos a un capítulo oscuro que fue borrado de la historia oficial. Que siempre es la que cuentan los ganadores. Y que nos hizo guardar en la penumbra un hecho significativo de nuestras vidas que ahora finalmente podemos dar por resuelto y acabado.
Aunque los responsables materiales e intelectuales (alguno de ellos aún vivo) nunca pagaron el derramamiento de la sangre con la que se mancharon.
Vayan a ver el Codo del Diablo. Y si no pueden, busquen la película cuando salga a la venta. Es un documento valiosísimo que todos debemos conocer. Porque no somos hijos de las piedras y porque siempre hay que saber mirar atrás.
Vilma Ibarra
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