Hablando Claro
Patria
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 17 noviembre, 2010

Ayer fue el Día Mundial de la Tolerancia, fecha establecida por las Naciones Unidas hace 14 años para resaltar la imperiosa necesidad de mantener en alto la bandera de este principio ético necesario para la convivencia pacífica de personas y pueblos. Localmente, los costarricenses conmemoramos hoy (o al menos deberíamos hacerlo) un aniversario más de la Declaración de Neutralidad Activa, Perpetua y No Armada que estableció en 1983 el entonces presidente Luis Alberto Monge. Hace apenas unos días, el 7 de noviembre, se conmemoró (o deberíamos haberlo hecho) un aniversario más de la promulgación de la Constitución Política, que es al mismo tiempo ni más ni menos que el Día de la Democracia. Y como si no fuera suficiente, el próximo 1º de diciembre celebraremos (o deberíamos celebrar) los 62 años de la abolición del ejército.
Somos sin duda una gran nación. Una tierra bendecida. Una democracia centenaria, desarmada y desmilitarizada que es admirada por el mundo. A pesar de las carencias propias de una nación en vías de desarrollo y las limitaciones muy propias de nuestra manera de ver el mundo un tanto reacia al cambio, nuestros índices de desarrollo humano son del todo respetables. Nuestra biodiversidad es vasta como pocas y si fuéramos capaces de ponernos de acuerdo en tres o cuatro asuntos sustantivos saltaríamos sin duda al desarrollo para encarar el Bicentenario con metas mayúsculas.
Pero seamos francos; a nosotros —probablemente porque tenemos tantos haberes— usualmente nos importa poco, poquísimo, eso de la identidad, la nacionalidad y la Patria. Prueba de ello es que todas las fechas señaladas no son más que hojas de calendario o, a lo sumo, billetes de lotería…
Así entonces hemos tenido que recibir la bofetada del gobernante de turno del vecino del norte para despertar de nuestro letargo. Así es, ayer algún Somoza, y más recientemente el nefasto binomio Alemán-Ortega pareciera ser lo único que nos golpea el corazón patrio y nos hace reaccionar incómodos, molestos, ciertamente irritados.
Y es tal el malestar, que muchos empiezan a perder la paciencia y la poca tolerancia que les queda frente al insulto y la afrenta y creen que es cuestión de empezar a plantear hasta absurdas represalias.
Es cierto, estamos metidos —por el artilugio de la manipulación orteguista y nuestra pasmosa impericia inicial, lo cual habremos de dejar para momento más oportuno— en un lodazal que nos causa grima y peor aún, nos distrae de imperiosas tareas por mucho tiempo postergadas; además de las urgentes provocadas por el embate de una estación lluviosa como pocas en los últimos años.
Pero como bien dijo la Presidenta de la República, no podemos caer en la trampa de cada provocación que nos pongan en el camino. Hemos de insistir en que los legítimos derechos que nos asisten los reivindicaremos por la vía de la política, la diplomacia y el derecho internacional. Y me repito, hemos acumulado demasiada experiencia como para alegar desconocer este trillado y perverso juego.
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