El Mediterráneo y la geopolítica
Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 04 marzo, 2011


El Mediterráneo y la geopolítica
Como era previsible, los conflictos políticos y sociales del mundo árabe se agudizan a medida que se extienden en el tiempo y el espacio, aunque cambian de naturaleza al cambiar sus causas políticas, sus protagonistas y sus raíces históricas y, con ello, sus implicaciones en el escenario mundial. Desde que se incendió el país más grande e importante política y demográficamente como es Egipto, el conflicto adquirió ribetes planetarios, dada la importancia de esa región desde el punto de vista geopolítico.
Pero con la insurrección hoy convertida en guerra civil, en la Libia del coronel Gadafi, el epicentro pasó del Oriente Medio al Mediterráneo; lo cual, lejos de simplificar las cosas, las complica. Porque en Libia se conjuntan los aspectos geopolíticos con los intereses comerciales, como es el mal disimulado deseo de las potencias de apropiarse del petróleo. En Libia todo se complica porque Gadafi tiene grandes inversiones en Estados Unidos y en varios países europeos. Por su parte, también esos países las tienen en Libia.
En cuanto al petróleo, Libia si bien es tan solo el octavo productor de crudo, lo que representa un 3% de la producción mundial, es muy codiciado dada su fina calidad. Sin embargo, considero que es la situación geográfica de este país lo que hace particularmente grave la situación allí imperante.
Libia no es el Oriente Medio, pero sí es un país del Mediterráneo que viene a agregarse a los otros que tienen litoral en ese mar: Túnez, Egipto y Marruecos que viven turbulencias. Con ello es ya todo el litoral Sur de ese estratégico mar que está incendiado, como desde la II Guerra Mundial y las célebres batallas entre Montgomery y Rommel no se daba. No olvidemos que, desde los legendarios días de las epopeyas homéricas, el Mediterráneo es el paso imprescindible para el comercio entre tres continentes: Europa, Asia y Africa. Por eso no es de extrañar que las fuerzas del bloque militar más poderoso de la tierra, como es la OTAN, estén en estado de alerta. La amenaza de una invasión a gran escala, como no se veía desde 1941, se concretiza cada hora. La ocupación militar, no solo de Libia, sino de otros países musulmanes es vista ya como una alternativa real. Por supuesto, para legitimar esa intervención no se mencionarán los verdaderos motivos: la apropiación del petróleo y el control del Mediterráneo, sino se hablará de “democratización” de los países árabes y de defensa de los derechos humanos frente a oprobiosas dictaduras.
Ciertamente la opinión pública mundial, los organismos internacionales y los gobiernos no pueden permanecer indiferentes o inmóviles, pues esa actitud no es más que complicidad como lo ha sido hasta hace poco. Pero toda intervención extranjera en asuntos internos de otros países en estas circunstancias es contraproducente. No han sido los países “democráticos” los que han despertado el ansia de libertad entre los árabes, sino sus pueblos sin destacados líderes ni una concepción política muy definida. Lo maravilloso de esas gentes es que han destruido mitos tales como que la cultura musulmana es incompatible con la democracia, por lo que lo normal es que allí imperen regímenes despóticos. Jóvenes que manejan las más modernas tecnologías de comunicación y las grandes masas sedientas de justicia y dignidad están destruyendo esos mitos.
Por eso solo hay un camino para lograr una democratización real en esos y en todos los países del mundo: respetar su voluntad. Contribuir a que se den las condiciones a fin de que sean esos pueblos los que definan su destino histórico y construyan el sistema político que más convenga a sus legítimos intereses respetando sus más auténticas tradiciones culturales. Luchar por que sea oída la voz de las mayorías que hoy luchan arriesgando sus vidas para lograr un futuro digno y solidarizarse con esos legítimos reclamos, es la mejor contribución que la opinión pública mundial puede hacer en estos momentos cruciales de la historia de estos pueblos y de la humanidad entera.
Arnoldo Mora
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