De Lula al lulismo
Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 03 diciembre, 2010

No existe un Brasil sino dos que cada día podrían separarse más. El Nordeste nada tiene que ver con el Sur; desde el punto de vista socioeconómico, es el país donde la distancia entre los sectores sociales es una de las mayores del mundo. El empobrecido Nordeste es mulato y de cultura caribeña, mientras el Sur es de raíz europea y alto nivel económico. Todo ello se refleja en las posiciones ideológicas entre las clases sociales. En los barrios en que estaba el hotel donde me alojé en octubre en ese país, dominaban los signos externos de apoyo a la oposición; pero las barriadas de Río apoyaban masivamente a Dilma.
Lo realmente significativo es que en las dos últimas elecciones la gran burguesía se quedó sin candidato presidencial. La oposición se ha refugiado en un partido tradicionalmente socialdemócrata. En las últimas elecciones la conciencia política del pueblo ha crecido hasta el punto de que el partido de Lula es el mayor del país, tiene la mayor parte de los gobiernos locales y gobernadores de estado si bien no posee mayoría absoluta y, junto con sus aliados de centro, tiene la mayoría en el parlamento.
De este amplio poder nunca disfrutó Lula, situación privilegiada que hereda a su sucesora. Por eso yo hablo de que en las últimas elecciones Brasil ha pasado de Lula, el dirigente carismático, al “lulismo”, la concepción política, cosa que en ese país solo se había dado con Getulio Vargas hace ya 70 años... y con un desenlace trágico.
El cambio es aún más radical si observamos la procedencia social e ideológica de Lula y Dilma. Lula era líder sindical y Dilma guerrillera. Ambos fueron encarcelados y torturados en tiempos de la dictadura militar. Merecen destacarse los orígenes familiares y políticos de la nueva presidenta. Hija de un emigrante búlgaro judío y comunista que hizo fortuna en Minas, Dilma estudió economía; perteneció al partido de Brisola. En 2001 que se afilió al partido de Lula, quien le reconoció sus cualidades de ejecutiva. En este último gobierno, fue el poder detrás del trono, una especie de primer ministro. Pero Dilma tiene una debilidad: carece del carisma político que le sobra a su mentor.
Por eso los analistas más realistas dicen que su triunfo se debe no tanto al indiscutible liderazgo político de Lula, cuanto a la bonanza económica de que goza el país y que Lula tiene el mérito de haber sabido aprovechar como ningún otro gobernante en beneficio de las mayorías pobres. Bajo sus gobiernos fueron sacados de la pobreza y subido a clase media casi 30 millones de personas.
¿Se debe entonces calificar a Lula de ”revolucionario”? Si lo vemos desde el punto de vista de la persona, no hay duda pues fue dirigente sindical y Dilma guerrillera marxista. Pero como dirigentes políticos no tanto, pues sus gobiernos han sido más cercanos a una socialdemocracia de la década de los 60 en Europa. No hay duda de que en esta polarización de clases de que hablé, Lula ha estado más cerca de los movimientos populares que de los grandes intereses del gran capital. Cabe entonces preguntarse ¿qué une al pueblo brasileño? Políticamente el mérito mayor de Lula fue haber realizado el sueño histórico de la nación de hacerla una potencia reconocida mundialmente. Para eso ha debido apoyarse en las dos instituciones del Estado nacional que han sabido sobreponerse a todos los vaivenes políticos: el ejército como garante de la unidad y seguridad interna e Itamaraty como expresión organizada de la presencia brasileña en el concierto de naciones.
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